Dos tazas,
unas tostadas, una flor; todos los
días el mismo ritual; menuda mujercita de ojos preñados de luz, su
silueta sugerente se mueve con
parsimonia por la habitación, sus sabios
pasos siempre la conducen al mismo lugar, el rincón más luminoso de su vieja estancia, a través de la rendijas del
gastado ventanal los tenues destello se
cuelan inundando la humilde sala con
notas de los colores más exquisitos, el dorado destelleante, el luminoso
amarillo y el naranja más intenso brotan entre las montañas inundando todos los
rincones, no existe lugar para la añoranza, estira sus ropas y
con decisión abre la gastada caja que descansa junto al aparador, el contacto
de sus dedos menudos con el frío metal le causa un estremecimiento que por
un instante paraliza sus músculos; por un
momento se trasporta años atrás, otras
manos el mismo ritual; dos tazas, unas tostadas, una flor, la menuda
mujercita termina el turno de noche en la vieja fábrica, se desliza con agilidad
entre la muchedumbre que soñolienta
regresa a sus casas después de
la dura jornada, ella sin embargo se siente despierta y feliz la vida no le ha sido demasiado fácil. Hija de emigrantes
sudamericanos estaba habituada a toparse con innumerables obstáculos en su
camino, sin embargo con mucho esfuerzo y
voluntad había conseguido un futuro
estable, trabajadora incansable, toda la noche encajando piezas milimétricas
en el gran puzle que configuraba la cadena de montaje de la gigantesca multinacional, un
gigante de hormigón donde las
personas solo eran piezas en movimiento
sin descanso posible hasta que la estridente sirena sonaba y hombre y mujeres salían al estrecho
camino que conducía hacia la negra boca de metro que se encargaba de
trasportarlos por el subsuelo de una ciudad que empezaba a despertar con las
primeras luces del día, ella lo tenía más
fácil era de las pocas que vivían cerca de la fábrica solo unos minutos y su
corazón se aceleraba.
A través de las rendijas de su gastada ventana
se oían las notas encadenadas; dos tazas,
unas tostadas, una flor, la música y él la esperaban. Joven trovador de versos y culto donde los
haya, se encargaba de ponerla al día en todo lo que concierne al país en el que
hoy se siente segura, todos los días las
finas notas de su flauta la arrullan al caer en el más placentero sueño después
de su intensa jornada.
Vuelve de pronto a su realidad atrae la fina
caña metálica un instante contra su pecho y
suavemente lo deja sobre el sillón que se encuentra en la zona más
visible de la luminosa estancia, quizás hoy vuelva a sonar; la menuda mujercita
abandono hace tiempo la gran fábrica, ahora es ella la que explica, lee , cuenta,
informa, mientras él mira con ojos opacos,
a veces ni tan siquiera distingue la taza de café, las tostadas son meros adornos en su mesa al desayunar, parece que rebusca
en su interior como perdido, cada día más desorientado, apenas queda nada de lo
que un día fue. Sus ojos
pasean sin rumbo topan con el sillón donde ella brilla siempre con su luz
particular se detiene un instante por un momento parece sonreír. Se apreciaba agradecido, como quien
escucha una melodía alegrando la mañana. Solo unos segundos sus ojos inexpresivos se
pierden de nuevo en su mundo interior, las palabras tampoco son capaces de
salir con fluidez mira hacia arriba como buscando algo; la menuda mujercita se
acerca, le abraza tiernamente. Mañana
repetirá el mismo ritual.
(ByTitate)